Madre, vuelvo a ti, aunque nunca te abandoné.
Acoge mi cuerpo, tú me diste la alegría y la grandeza
de vivir y compartir todo lo que hay en ti:
Tus montes, ríos, valles, campos, la lluvia, el
viento, el calor, la nieve y el frío.
He tenido el placer de sentirlo en mis carnes y
en mis huesos ¡La alegría de vivir!
He comido tus frutos y me he alimentado
de tus carnes, me has dado cuanto hay en ti,
como una buena madre cuando sed tenia
me dabas dóde beber.
Ahora el tiempo ha pasado, vuelvo a ti vijo y
cansado, sin vida aparente, para que des descanso
a mi cuerpo que un día viste nacer, forma parte de ti,
ahora te lo devuelvo, más tú devuelve mi alma a la luz
ella no te pertenece, es de quien te dio a ti luz, agua y
viento para que tú me acogieras y alimentaras mi cuerpo.
Como una gran cepa que da vida al sarmiento,
el que da fruto vuelve a la vida y el que no al fuego eterno.
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