Me
enamoré de ti: Vivencia
No te conocía y ya estaba enamorado de ti. Sólo
había oído tu nombre y lo que hablaban de ti, cuando empecé a sentir algo
dentro de mí. Quería saber más cosas, como eras, dónde estabas, tus
costumbres. Lo quería saber todo sobre ti, no paraba de preguntar cosas sobre
tus costumbres, tus bailes, tu idioma solamente quería que me hablarán de ti. Como
un enamorado que sólo de su amor quiere saber. Un cierto día tuve la suerte que
alguien me dijo que te conocía y él podía contarme cosas de ti. Me dijo “que
eras la más bella y hermosa”, que no había otra que se pudiera igualar contigo,
pero eras caprichosa por haber nacido rodeada de montañas y abierta como una
bella rosa mirando al mar. Me decía: –“cuando paseas por las ramblas ya quedas
impregnado de su aroma y de sus encantos”. Él me iba contando, sin darme cuenta
ya me había enamorado de ti. Sólo pensaba en conocerte y poder estar a tu lado,
pero me era imposible poder correr como un enamorado y estar a tu lado. Los días se me hacían interminables,
quería que el tiempo corriera de prisa porque era el que me impedía poder
realizar mi sueño. Dos barreras nos separaban para poder conocerte pero, sobre
todo, la más insoportable para mí era el tiempo que aún quedaba para poder llegar
hasta ti, no me refiero a la distancia en kilómetros, sino en el tiempo.
Cumplir los catorce años de edad que debía tener, para poder realizar ese
viaje, y aún faltaban tres largos meses que se me hacían interminables, parecía
que no veía el día que pudiera partir para poder conocerte, y estar por fin
junto a ti. Cuando cumplí catorce años
de edad y pude ponerme en camino para
poder conocerte, comenzaba a realizarse parte de mi sueño. Habían sido tres
meses muy largos hasta ese día que me subía en el tren que me llevaría para
poderte conocer. Ya solo me separaban tres días de camino, era tanto el deseo
que tenía de conocerte que no pensaba en otra cosa. Estando subido en el tren
esperando la hora de salida, me parecía que esta no llegaba nunca, no quedé
tranquilo hasta que el tren comenzó a andar. Por fin había llegado el momento
que tanto ansiaba. Nunca antes había salido solo de mi pueblo, siempre lo hice
acompañado de mi padre y lo más lejos que lo hice fue a Granada a unos treinta
kilómetros de mi casa. Esto era distinto,
toda una aventura para mí. Recuerdo las palabras que me dijo mi padre. -Ahora
ya eres un hombre, compórtate siempre con dignidad allá donde vayas. Siempre lo
he tenido en cuenta a lo largo de mi vida. Pero ahora sólo me preocupaba,
llegar a mi destino. Después de todo un día de viaje, bien entrada la noche
quedé dormido por el cansancio, y en mis sueños estabas tú, como no podía ser
de otra manera, se acercaba el momento en que te iba a conocer. Pasadas dos
largas noches subido en el tren que me llevaba para poder conocerte, abatido
por el cansancio y mucho sueño, los rayos del sol dándome en la cara me
despertaron. Abrí los ojos, casi cegado por él, que a mí me parecía que salía
del mar, me despertaron. Después de los años transcurridos todavía conservo
aquel momento fresco en mi recuerdo. Era la primera vez que veía el mar, nunca
antes había sentido una sensación igual, si tuviera que ponerle nombre diría
que fue sublime. A los catorce años te
conocí y después de tantos años sin separarme de ti sigo enamorado. Siempre te
he sido fiel y defendido ante tus adversarios, ati y a tu nombre. Ya no podría estar lejos de ti.
Quiero que sepan tu nombre: Barcelona y tu apellido Ciudad Condal.
J.G. Martín
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